En esta nota te vas a encontrar con: crisis, civilización, cambio
El planeta Tierra está más contaminado que nunca. La cantidad de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera es ahora de 420 partes por millón (ppm), el doble que antes de la Revolución Industrial. Las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) tienen que ver, más que nada, con actividades humanas como la quema de combustibles fósiles y la deforestación. La cifra marca que, como nunca antes, la alteración de los ritmos de la naturaleza por parte de la especie humana llegó a niveles extremos, casi de ciencia ficción.
El reporte de este año del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas -el grupo de científicos de todo el mundo que revisa gran parte de la producción teórica global sobre el tema- avisa que estas emisiones tienen que dejar de crecer de forma urgente para que el planeta siga siendo habitable. Si la tendencia no se revierte, habrá cada vez más eventos extremos como sequías, olas de calor, incendios forestales y huracanes.
Atrás de estos números, reportes, siglas extrañas y datos acumulados asoma un debate casi filosófico o existencial atado a los modos de producción y consumo que las sociedades humanas han adoptado en el último siglo y medio de forma casi unánime, que derivaron en la foto actual de la crisis ecológica: estamos frente a una verdadera y profunda crisis civilizatoria que nos obliga a repensar con urgencia cómo organizamos nuestra forma de vida, nuestra economía, nuestra manera de movernos y, en el fondo, nuestra relación con la naturaleza que nos rodea.
Una atmósfera recargada
Un observatorio de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos ubicado en Hawai, el Mauna Loa, es el encargado de medir las partes de dióxido de carbono en la atmósfera. Según los relevamientos de este año, nunca hubo tanta cantidad de ese gas contaminante sobre la Tierra: 420 partes por millón (ppm) frente a las 317 ppm registradas durante la década de los 60 del siglo pasado, y hasta un 50% más que antes de la Revolución Industrial, cuando comenzamos como especie el camino del desacople entre la demanda de recursos naturales y los límites materiales de lo que la propia naturaleza puede ofrecer y regenerar.
El CO2 llega a la atmósfera por varias razones y algunas de ellas son naturales, como cuando erupcionan los volcanes. Pero la foto actual muestra otra cosa: las concentraciones de dióxido de carbono y de metano se deben casi en su totalidad a la actividad humana. La explotación y quema de los combustibles fósiles como el petróleo y el gas, la deforestación en amplias regiones del mundo y los cambios en el uso del suelo asociados a esa deforestación (agricultura y ganadería) explican la casi totalidad de la enorme cantidad de emisiones que están cambiando el clima de la Tierra.
Los expertos del IPCC, entre los cuáles se encuentran cinco científicos argentinos, han sido claros: nos queda muy poco tiempo para permitirnos jugar con un alza de las emisiones, y si la tendencia no se revierte de manera contundente a partir de 2025 la Humanidad -más que nada las franjas más vulnerables de la población- estará frente a una multiplicación de fenómenos extremos como olas de calor, incendios, sequías y tormentas.
Esos eventos no nos quedan lejos ni en tiempo ni en espacio. La región agrícola central de Argentina, de la cuál Rosario es el corazón comercial, atraviesa la peor sequía en 100 años, según un análisis del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria. El río Paraná, que explica toda nuestra historia productiva, atraviesa la bajante más prolongada desde que hay registros (1884). De ese combo y de la ceguera estatal para planificar y prevenir nación la fenomenal crisis de incendios en el delta del río, que desde principios de 2020 hasta ahora ya se devoró un millón de hectáreas, casi la mitad de toda esa área.
Un planeta distinto
El planeta ya no es el mismo, y en el origen de ese cambio está la acción humana. Los científicos que estudian el clima estiman que durante los próximos años la temperatura media global subirá muy probablemente por encima de 1,5 grados centígrados respecto a niveles pre industriales con efectos múltiples, visibles y costosos.
Las preocupaciones principales están puestas en dos ejes: la paulatina pérdida de capacidad del planeta para producir alimentos (por las sequías y la erosión de los suelos) y el aumento del nivel del mar, que puede afectar de forma directa a alrededor del 40% de la población que reside en regiones costeras.
¿Cómo detener esa tendencia? El uso de combustibles fósiles en una civilización creada y diseñada sobre la base de ese consumo debe abandonarse lo antes posible, para avanzar hacia una transición energética basada en fuentes renovables.
Otro aspecto clave es la alimentación, ya que la industria ganadera -emisora de metano- es contaminante, además de estar relacionada con la deforestación que implica la expansión de la frontera agropecuaria, como ocurre en Argentina en las provincias del Gran Chaco (Salta, Formosa, Chaco y Santiago del Estero).
Otro foco es controlar la contaminación en ciudades, grandes emisoras de gases contaminantes por la dependencia fósil en el transporte y enormes consumidoras de energía. El auto particular, muchas veces con un solo pasajero en su interior, sigue siendo el emblema de movilidad insustentable y de injusticia en la atribución del espacio público.
Repensar la civilización humana
Desde hace algunos años se menciona en el debate sobre la crisis socioambiental global un concepto interesante: el de Antropoceno. Tiene que ver con la propuesta por una parte de la comunidad científica de denominar así la era geológica de la actualidad, al considerar que por primera vez en la historia el ser humano ha modificado con sus comportamientos los ecosistemas terrestres.
Para algunos autores como Jason Moore (historiador ambiental y geógrafo histórico de la Universidad de Binghamton) o Christophe Bonneuil (historiador de la ciencia y docente de la Escuela de Estudios Avanzados de las Ciencias Sociales en París, Francia) esto no es justo, porque no todas las sociedades ni todos los humanos tienen la misma carga de responsabilidad en el calentamiento global. Por eso sugieren otros conceptos como los de Capitaloceno o bien Occidentaloceno, cuyos nombres expresan que la actual crisis es ante todo consecuencia de los países ricos industrializados de Occidente.
En todos los casos, la sensación y las certezas marcan que el actual modelo civilizatorio es sencillamente insostenible. Los límites de la naturaleza ante la presión antrópica se expresan con cada vez mayor claridad y frecuencia, los eventos meteorológicos extremos son cada vez más frecuentes y sus impactos cada vez más graves en sistemas integrados e interconectados a nivel global, como el alimentario o el energético.