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urbanismo, sociolugares, paisajes
¿Quién no quiere tener la foto del monumento -o hito urbano- al ir de viaje, Torre Eiffel, Torre de Pisa, la manzana de Time Square?, ¿cuántos turistas habrán fotografiado el obelisco? Sin embargo, cuando volvemos a casa o subimos las fotos a las redes sociales, ¿qué diferencia tendrán de las millones de fotos sacadas en el mismo punto, con más o menos píxeles y con más o menos exposición solar? Tan solo con buscar en Google Maps el punto donde estamos parados te aparecerán cientos de miles de fotos sacadas desde ese sitio.
¿Cómo podemos hacer para que eso no suceda? Una buena práctica comienza por entender qué es un paisaje y la evolución del concepto.
La caza
Si sos de las personas que le encanta sacar y compartir fotos seguro que frecuentemente estás a la “caza” de un buen paisaje. El paisaje es un concepto tan abstracto pero a la vez refiere a algo concreto; es subjetivo y objetivo, es individual y a la vez colectivo. Cuando hablamos de paisaje se lo asocia históricamente a imágenes que tienen que ver con la naturaleza, aunque ya en las últimas décadas es masiva la extensión al concepto de paisaje cultural, que representan el patrimonio intangible de una ciudad, con sus monumentos, edificios, técnicas constructivas y la noción de identidad del lugar. Esto ha hecho que especialistas de todo el mundo y muchas naciones identifiquen paisajes culturales, y gestionen la conservación de su patrimonio. Pero aún así, si no incorporamos la noción de paisaje social, es decir, las personas que le dan vida, observan y usan estos sitios, corremos el riesgo de retratar siempre lo mismo que el resto.
El concepto de paisaje es dinámico y no controlado pero nunca es simplemente la naturaleza, la ciudad. Todos los usos del término llevan implícita la existencia de un sujeto observador que visualiza a un objeto observado del que se destacan cualidades visuales y espaciales, entre otras. Por eso cuando elegimos un paisaje no estamos simplemente mostrando cómo es el mundo sino que hacemos una construcción de ese mundo, una composición, una forma de verlo. La sociedad en su conjunto es capaz de percibir y, sobre todo, de asignar una trascendencia histórica y patrimonial a una determinada construcción arquitectónica, por ejemplo una catedral, y valorarla como paisaje.
El ojo
Mostrar lo diferente radica en entender que la visión del paisaje se basa en las emociones humanas. La esencia misma del lugar está en el centro profundo de la experiencia. Y no necesariamente hay que salir de excursión en búsqueda del mejor paisaje. El paisaje es un aspecto que adquiere el espacio y tiene una valoración social más implícita que explícita. Así es que podemos construir este objeto de significación, en relación no sólo al sitio y sus características geográficas, sino también a las prácticas humanas que allí ocurren. La soiciobiología ha demostrado que somos fundamentalmente una especie social, gregaria. Es por ello que gran parte de nuestra experiencia tiene que ver con la vitalidad que le damos nosotros mismos a un espacio.
Lo que nos entretiene a las personas en los lugares son las demás personas. El simple hecho de escuchar y ver a otros son estímulos que representan una ciudad emocionante, vibrante, vital. Observemos entonces qué hacen y cómo actúan las personas en los sitios a los que vamos y busquemos hacerlas parte de nuestro enfoque. ¿Cuánto tiempo y en qué sectores permanecen las personas?, ¿es un sitio cómodo para descansar?, ¿de qué forma acceden, cuáles son las actividades principales, qué reglas implícitas o explícitas lo regulan? Lentamente, si viramos el enfoque, podemos hacer una lista de interacciones humanas que conforman diversos y nutridos paisajes sociales, y hacer una composición de la vida del sitio de manera única, efímera e irrepetible, digna de una mirada que sabe transmitir la sensación del lugar.
El sitio
El comportamiento social de las personas se sitúa en lo que algunos autores, como el psicólogo colombiano Pablo Páramo, denominan sociolugares. Un parque soleado, una calle angosta llena de negocios, la cafetería de la esquina, un mercado repleto de puestos callejeros, son lugares ideales para observar nuestros propios comportamientos sociales. Estos espacios de festejo y de encuentro de la diversidad pueden ser también llamados terceros lugares, concepto concebido por Ray Oldenburg para diferenciarlos del primer lugar (el lugar privado o la casa) y del segundo lugar (los espacios donde la gente suele pasar una cantidad significativa de su tiempo, ya sea el colegio, la universidad o el lugar de trabajo).
En su libro The Great Good Place, Ray Oldenburg argumenta que los terceros lugares son importantes para la sociedad civil, la democracia, el compromiso cívico, la comunidad y el establecimiento de sentimientos de pertenencia. Y es allí donde se celebran los comportamientos colectivos más representativos. Los investigadores del Instituto Australiano de Investigación Urbana estudian si estos terceros lugares incluso pueden reducir la soledad urbana.
Tradiciones ancestrales, ritos, bailes, culturas culinarias, juegos, son las más buscadas por el ojo experto para fotografiar, pero también podemos poner la atención sobre elementos sencillos que se encuentran en cualquier sitio y casi siempre darán lo que contar. Sillas, bancos, bordes donde apoyarse, escalones, vidrieras, planos inclinados donde la gente suele recostarse, explanadas donde las ruedas y las pelotas giran fácilmente, lugares para aprovechar del sol, lugares para protegerse de las inclemencias del clima, son componentes que siempre aportarán paisajes sociales enriquecedores. Mientras más diversidad de objetos y amenidades haya en un espacio público, mayor posibilidad de encontrar grupos sociales diversos y este también puede ser un componente de heterogeneidad u homogeneidad en los paisajes.
El paisaje de lo social
El paisaje social está por todos lados sin embargo hay barrios o ciudades con más o menos nutridos paisajes: ciudades donde de repente las calles estallan en Flashmobs*, danzas y artistas callejeros; ferias y celebraciones; ciudades donde los chicos y los adultos juegan en las calles; ciudades donde los padres llevan a sus hijos en carros de bicicleta, donde se plantan flores en los canteros, donde los vecinos charlan, donde se festejan cumpleaños en las plazas. La infraestructura, la cultura, el clima, la geografía y las normativas de las ciudades se retratan en nuestros comportamientos sociales y los paisajes que creamos.
El buen diseño del espacio facilita nuestra permanencia en el mismo, esto hace que más personas se acerquen a un sitio, se sientan seguras y hasta se apropien emocionalmente del mismo. Los seres humanos buscamos estos estímulos como parte de nuestra vida solo que a veces no sabemos nombrarlos, apreciarlos, promoverlos o cuidarlos. Quizás luego de la pandemia nos hayamos percatado lo mucho que nos gustaba ver los bares concurridos, o que era el primer síntoma de bienestar las obras de teatro o recitales con asientos agotados. Lo mismo con las calles, los monumentos, las arquitecturas, los espacios públicos, nos gusta ir a dónde la gente gusta de ir y dónde hay posibilidad de que las cosas pasen. Quizás eso podemos transmitir de los paisajes, la posibilidad y la emoción de vernos juntos y cómo cuidar ese valor tan humano.
*Flashmobs: traducido literalmente del inglés como «multitud relámpago», es una acción organizada en la que un gran grupo de personas se reúne de repente en un lugar público, realiza algo inusual y luego se dispersa rápidamente.